Pantallas e higiene mental

Hace frío. Son las ocho de la mañana. Somos 200 en el aula. Casi todos fuman. No abrimos las ventanas para no congelarnos. Cámara de gas. Entra el profesor. Viene en pijama. En pijama quirúrgico, claro. Nos dará clase de cirugía. Entra fumando y seguirá fumando durante la clase. Era 1977, estábamos en cuarto de medicina en Granada.

Incluso los médicos fueron abducidos por poderosas corporaciones tabacaleras. Captúralos a los 13 años y serán tus clientes toda la vida. Lema infalible. Algunos amigos fumadores de entonces ya han fallecido: cáncer de pulmón, infartos, enfermedad pulmonar obstructiva crónica… siempre las estudiábamos como causas de muerte destacadas. Y lo fueron. El tabaco mató a más de 100 millones de personas en el siglo XX, mucho más que la primera y segunda Guerras Mundiales juntas.

Entonces, en 1977, la obesidad era rara. Pero poco a poco, todos bebíamos cada vez más refrescos de cola, esa «chispa de la vida», a la que debía cantar al mundo entero como talismán de la felicidad. Pero no traía la felicidad. No. Traía tanto azúcar que hacía falta añadirle ácido para que no provocase nauseas. Fue la globalización del siglo XXI. Proliferaron como nunca las hamburgueserías. Los supermercados se llenaron de «ultraprocesados». Ciertas corporaciones multinacionales (Fast Food, Big Soda) se hicieron de oro. Y acabamos con unas tasas de obesidad como nunca (porcentajes del 25, 30 y hasta 40%). Jamás la especie humana había sido tan voluminosa. La obesidad mórbida, la más grave, afecta ya a uno de cada 11 estadounidenses adultos y sigue creciendo. De nuevo funcionó el mismo lema: captúralos cuanto antes y los tendrás enganchados a comida/bebida basura toda su vida… El saldo son 4 millones de muertes anuales por exceso de peso y un crecimiento rampante de patologías como la diabetes, que ya afecta a 537 millones de adultos y provoca más de 6 millones de muertes al año.

El iPhone surgió en 2007. Una década más tarde el 95 % de los adolescentes estadounidenses tenía acceso a teléfonos inteligentes (con conexión a internet). El 45 % admitía estar en línea «casi constantemente». Instagram, TikTok, WhatsApp y YouTube albergan tutoriales e inspiración pictórica para la autolesión, la anorexia e incluso para suicidarse. Los adolescentes aprenden que publicar el morbo personal de estas aflicciones o subir vídeos selfies que son porno o cuasiporno facilita ganar seguidores. La anorexia, la autolesión y el suicidio aumentaron drásticamente. Los psiquiatras se asombraban. El suicidio ocupó la primera causa de muerte antes de los 40 en España.

Las pantallas fueron diseñadas para ser adictivas. La dopamina es la molécula que anticipa el placer. Las redes sociales han hecho antes sus deberes para estudiar qué dosis de dopamina se le suministrará a cada usuario para producirle la gratificación inmediata ante cada estímulo y conseguir engancharlo. Explotan las bajezas del ser humano. Atrapan.

Los depredadores sexuales descubrieron una oportunidad única. La pandemia fue ideal para acosar, engañar, seducir, grabar y compartir millones de imágenes y vídeos pornográficos. El «grooming» (abuso y acoso sexual en línea por parte de un adulto hacia un menor de edad) hizo su agosto. La explotación sexual de menores aumentó un 507 %, en el confinamiento.

La Corporación Industrial de Pornografía Online (CIPO), hacía inmensa caja con el comercio de vídeos pornográficos, incluida la violencia. Ha sido repetidamente

denunciada por pornografía infantil o grabaciones no consentidas. Su principal empresa, con sede en Luxemburgo (para ahorrarse impuestos), presume de más de 140 millones de visitas diarias. El masivo acceso a pornografía está inundando los cerebros de jóvenes (y no tan jóvenes) con contenidos explícitos de violencia sexual tanto simbólica como directa contra las mujeres. Casi el 90 % de las escenas de estos portales contienen violencia hacia las mujeres. Los delitos sexuales en España se dispararon un 89% en una década y cada vez los agresores eran más jóvenes…

Frente a estas adicciones y corporaciones (ahora la CIPO) deben alzarse los esfuerzos de la salud pública. Los padres tienen un papel primordial. Hay que afirmar sin complejos que regalarles a los niños teléfonos móviles inteligentes probablemente fue la mayor afrenta a la inteligencia en el siglo XXI. Cuanto más se retrase ese regalo, mejor. Hay que tener la sabiduría y valentía de esperar. Resistir, sin ceder a la presión del grupo. Nada más necio que hacer algo porque todos lo hacen, sería tanto como aceptar: «fotocopio, luego existo». Hay que plantar cara. Conjugar proactividad y empatía. Salir de la masa. Explicarlo bien. Hablar claro. Organizarse.

Se requiere cambiar el ambiente social e ir contracorriente, como ocurrió con el tabaco. Igual que con las drogas o la comida basura, está ocurriendo ahora con las pantallas y la higiene mental juvenil. Se requieren también medidas estructurales fuertes de regulación y control por parte de las autoridades. Y la sociedad debe demandarlas ya.

Miguel A. Martínez González
Catedrático de Salud Pública

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