La polémica postura de Peter Singer sobre el valor de la vida humana, reconocida con un premio

(Ref observatoriobioetica.org)

Peter Singer ha recibido el Premio Fronteras del Conocimiento otorgado por la Fundación BBVA “por haber realizado innovadoras contribuciones académicas en el ámbito del dominio de lo moral”, tal como se indica desde los promotores del premio. Filósofo en la Universidad de Princeton y promotor de la “liberación animal”, que desarrolla en su obra del mismo título, es un claro exponente del utilitarismo contemporáneo.

La corriente bioética utilitarista se caracteriza por pretender “la máxima felicidad posible para el mayor número posible de personas”, pero entendiendo esta felicidad, y esto es sustancial en el planteamiento, como la capacidad de experimentar placer y evitar el dolor. Este concepto de utilidad constituye, según los utilitaristas, el valor supremo que debe ensalzarse.

Más de dos siglos antes, Jeremy Bentham identificó la felicidad con el placer y la ausencia de dolor, algo defendido ya en Grecia por Epicuro de Samos tres siglos antes de Cristo.  Las tesis de Bentham fueron secundadas por otros utilitaristas como John Stuart Mill, y su influencia llega hasta nuestros días. Peter Singer es uno de sus principales exponentes.

Los planteamientos utilitaristas suelen implicar el sacrificio de algunos para beneficiar a una mayoría. Deberán asumirse, pues, medios que resulten lesivos hacia algunos, pero cuya utilización se justificaría por el beneficio del fin que pretende alcanzarse.

Este planteamiento, que no tiene nada de novedoso, implica atentar contra la dignidad y los derechos de algunos seres humanos con la intención de beneficiar a otros en mayor número. Históricamente los atentados contra la dignidad humana -eugenesia, sometimiento, tortura, asesinato-, se han justificado según este planteamiento, y sus consecuencias han resultado, en todo caso, devastadoras.

Así, el infanticidio eugenésico, por cierto, actualmente defendido por el premiado Singer, es recurrente a lo largo de la historia: Grecia, Egipto, Roma, Cartago y hasta en la China de los años 70 y en la Antigua Esparta. No resulta Singer, pues, original en sus planteamientos eugenésicos.

Otras prácticas defendidas por utilitaristas como Singer persiguen “mejorar la especie” seleccionando individuos poseedores de determinadas cualidades y eliminando a otros “defectuosos”. Singer es defensor del aborto, el infanticidio o la eutanasia en situaciones de vulnerabilidad, enfermedad, gran dependencia o irreversibilidad.

Así, desde posiciones utilitaristas se desvincula a los seres humanos de cualquier dignidad intrínseca por el hecho de serlo, condicionándose ésta a parámetros circunstanciales como la capacidad de sentir placer o dolor, decidir o, simplemente, poseer determinados niveles de consciencia. Este planteamiento abre la posibilidad a considerar que existen “vidas indignas de ser vividas”, porque conllevan sufrimiento, vulnerabilidad o dependencia.

Tampoco éste es un hallazgo de Singer, ni se sitúa en la “frontera del conocimiento”, como se denomina el premio ahora concedido.

La expresión “vida indigna de ser vivida” (Lebensunwertes Leben, en alemán), fue un término utilizado en la Alemania de los años treinta del siglo pasado para identificar a segmentos de la población que, según el régimen nazi, no tenían derecho a vivir. Incluyó el programa de eutanasia adoptado oficialmente en 1939 por decisión personal de Adolf Hitler. Creció en extensión y alcance, con el proyecto “Aktion T4” que terminó oficialmente en 1941: los asesinatos tuvieron lugar desde septiembre de 1939 hasta el final de la guerra en 1945, exterminando a cerca de 300.000 personas en hospitales psiquiátricos en Alemania, Austria, la Polonia ocupada y el protectorado de Bohemia y Moravia. Tras su aplicación eutanásica, los alemanes siguieron implantando sus prácticas de exterminio en la solución final contra los judíos.

Podríamos hablar de otros frutos del pensamiento utilitarista, como la esclavitud, donde, de nuevo, algunos seres humanos no alcanzaban para otros la cualidad de personas, poseedoras de dignidad, y eran tratadas como cosas, porque servían al mayor bien de una población mayor en número.

También fueron inspirados por las tesis utilitaristas los experimentos médicos del nazismo con presos de los campos de concentración, con el Dr. Josef Mengele a la cabeza, o los realizados en EE.UU con presos afroamericanos en Tuskegee, que permitió la muerte de 325 hombres, varias decenas de esposas contagiadas y bastantes niños nacidos con sífilis congénita a los que se dejó morir para serles practicadas autopsias posteriormente.

Más tarde, entre 1946 y 1948, en colaboración con altos cargos guatemaltecos, investigadores norteamericanos, aplicando de nuevo criterios utilitaristas, infectaron deliberadamente de sífilis a 1500 personas entre soldados, reclusos y pacientes de los psiquiátricos de ese país centroamericano. Para ello, investigadores utilitaristas usaron prostitutas ya contagiadas e inyecciones directas del patógeno. El estudio, cuyo objetivo era establecer la efectividad de la penicilina como tratamiento, estuvo bajo la dirección de John C. Cutler, un médico que había intervenido en el estudio de Tuskegee, y contaba con la aprobación del consejero Nacional de Sanidad del gobierno estadounidense. Sin duda en este caso, también se pretendía obtener un mayor beneficio para un elevado número de ciudadanos, que implicaba contagiar y sacrificar a otros. ¿Quizá menos dignos?

Las tesis hedonistas que sustentan el utilitarismo, ahora premiado en Peter Singer, poseen en todo caso efectos colaterales letales con todos aquellos que suponen una amenaza para el disfrute del placer y la evitación del dolor. Así el sufrimiento que conlleva un embarazo puede justificar el aborto. O las renuncias a que puede obligar tener un hijo discapacitado o un familiar dependiente pueden justificar su eliminación sin más. No debe olvidarse que, para un buen utilitarista, cualquier sufrimiento constituye una amenaza que debe evitarse, si es necesario, eliminando al que sufre.

Pero Peter Singer va más allá. El mero hecho de ser inmaduro, como el embrión, el feto o el neonato, o el tener alterada la consciencia, como pacientes en coma, o la autonomía como en el caso de grandes dependientes, supone una merma suficiente de “calidad” -dignidad- en sus vidas que justificaría su exterminio. Para Adolf Hitler también eran causas suficientes la raza o la enfermedad mental.

Sin embargo, para Singer, esto no sucede con otros seres “no humanos”, como es el caso de los chimpancés, gorilas y orangutanes. De donde es razonable que se siga que los animales son iguales e, incluso superiores, a las personas, sobre todo cuando hablamos de personas que carecen de ciertas capacidades. Singer otorga más dignidad y derechos a estos animales que a seres humanos dependientes o inmaduros, en una confusión biologicista que reduce al ser humano a la materialidad de su biología y a la capacidad de sentir.

Dignidad humana

Cuando hablamos de dignidad humana, no lo hacemos como algo que se tiene, porque si se tiene, se puede perder. La dignidad humana no pertenece a la lógica del “tener” sino a la lógica del “ser”. Y esto se predica de todas y cada una de las personas. Por eso, como explicó Kant, la persona es un fin en sí misma, es insustituible, no tiene precio. De ahí la trascendencia de la dignidad ontológica: no depende de tener una serie determinada de propiedades, capacidades o sentimientos.

Los seres humanos, inteligentes y libres, pueden rechazar el placer o a aceptar el dolor si de ello depende un bien para el otro. Porque los seres humanos pueden amar. Incluso a sus enemigos, y pueden dar su vida para salvar la de otros. O sea, pueden desligarse de la dictadura instintiva, que persigue, en todo caso, asirse al placer y evitar el dolor, única ética válida reconocida desde el utilitarismo.

La libertad consiste en amar hasta que duela, como afirmó Santa Teresa de Calcuta, porque no es el placer lo que nos dignifica como seres humanos, sino el amor. Somos más que seres sintientes, y eso es lo que nos diferencia del resto de animales, esos a los que el laureado Singer parece preferir en muchos casos.

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