De la vocación y el sufrimiento
(Ref abc.es. Autor: Manuel González Barón fue jefe del Servicio de Oncología Médica del Hospital La Paz de Madrid)
Hace años me invitaron algunos compañeros, profesores de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, a impartir una charla dentro de un ciclo de conferencias sobre la humanización de la Medicina, a alumnos de tercero y cuarto de la licenciatura. Invitaron a numerosos colegas, docentes de distintas materias básicas y clínicas. Me pareció de sumo interés y al resto seguramente también porque el aula magna estaba llena hasta la bandera. Mi exposición estuvo basada en las clases de Oncología Médica y de Introducción a la Medicina Paliativa, que por aquel entonces todavía eran materias optativas para alumnos de sexto curso.
Comencé mi intervención hablando de los problemas que padecen estos pacientes: los propios de la sintomatología de las enfermedades neoplásicas, los síndromes neoplásicos y paraneoplásicos, de los problemas familiares y sociales, de los sociosanitarios, de los aspectos psicológicos, de la actitud del médico y de los enfermeros, etcétera. Les hablé asimismo de cómo una cosa es el dolor (y los diferentes tipos de dolor) y otra el sufrimiento. Les comenté también que el paciente es un receptor de nuestro respeto, empatía y amistad y de cómo tenemos que desarrollar nuestra compasión sin mostrarla, que no podemos permanecer de pie mientras él está en la cama y que toda conversación debe ser mirándole a los ojos, a su mismo nivel.
Que tenemos que mostrar al paciente nuestro afecto, cogiéndole a veces la mano. Que la información sobre su situación debe de ser a demanda, sabiendo esperar a que él pregunte, respetando los momentos en que no desea preguntar ni saber. Que no podemos mentir ni usar embustes por piadosos que estos sean. Les hablé del concepto de ‘la verdad soportable‘, término que acuñé y que ya se ha extendido, esa dosificación de la información que debe darse progresivamente, valorando el grado de soportabilidad en cada momento.
Pero todo esto, este trato humano desde el respeto a la dignidad del enfermo, tiene que ser por supuesto sincrónico y paralelo a la formación de bioquímica, anatomía e histología farmacológica y terapéutica, y a una profunda formación clínica médica y quirúrgica. Además, el médico debe formarse ética y culturalmente para comprender y ayudar al paciente. A la hora de combatir la enfermedad, el médico tiene que poner en juego todo el saber científico y a la hora de acompañar a la persona, tarea en la que le ayudará la ética y la humanística que ha ido adquiriendo con la experiencia de los años.
Al día siguiente, al llegar a mi despacho recibí una carta de una de las asistentes a aquella conferencia. Una alumna de cuarto curso me decía que le había devuelto la alegría y la felicidad para seguir estudiando la carrera, pues desde que llegó a la facultad no había oído nada igual. Nadie le había hablado así del enfermo. Ella, que dedicaba mucho tiempo al estudio y que obtenía buenas calificaciones, se había pasado cuatro años pensando que se había equivocado de camino.
En la carta comentaba que hasta su madre se había dado cuenta de su cambio, de ese paso de la tristeza a la alegría y le contó que por fin un profesor le mostró un enfoque distinto para sus estudios y profesión, que había escuchado todo lo que ella añoraba desde hacía tiempo. En definitiva, me daba las gracias de manera entusiasta por haberle dado un sentido a su profesión.
Años después, el primer día de clase de Oncología se deslizó en el transcurso de la explicación la palabra «sufrimiento». Paré la clase y pregunté a aquellos alumnos de sexto curso cuántas horas les habían explicado el sufrimiento. Los alumnos se miraban unos a otros aparentemente extrañados. Nunca. En ningún momento nadie les había hablado de sufrimiento. Y les dije: que sepan que todo lo aprendido hasta ahora, desde lo más básico de la biología, bioquímica morfológica, terapéutica, etc., todo es para combatir el sufrimiento y no sólo en la carrera de Medicina, sino en todas las profesiones que participan de la salud.
Recuerdo que cité a don Gregorio Marañon: «Hay que volver al amor y la amistad con el enfermo, cosa que no está reñida con el verdadero sentido científico de la Medicina».
Poco después de descubrir semejante laguna formativa en los futuros médicos y sanitarios de la Universidad Autónoma de Madrid nos pusimos manos a la obra para delimitar un plan de estudios con el sufrimiento del paciente como objeto de estudio. Tantos años dando clase, dando conferencias, tratando pacientes y viviendo una vocación y no habíamos reconocido semejante erial científico: el sufrimiento humano.
De esos primeros estudios obtuvimos una gran verdad que siempre repito y de la que he escrito numerosos artículos en revistas y medios especializados y generalistas: contra el dolor, opiáceos; contra el sufrimiento, amor. De ellos pudimos concluir que el tratamiento correcto de los síntomas de la enfermedad, el cariño de la familia y las visitas de los amigos, el buen trato del personal sanitario y las creencias personales, son los grandes aliviadores del sufrimiento. En definitiva, opiáceos y amor.
De todas las estrategias para potenciar los recursos de afrontamiento ante el sufrimiento la principal es el amor, en sus múltiples formas, modalidades y expresiones. Es también el amor la raíz y el principal fundamento de la dignidad de la persona y, por tanto, del enfermo.
La dignidad va unida a la concepción de la vida como servicio, y ahí precisamente, en el servicio a los demás encuentra razón de ser la vocación, algo que hoy parece perdido, o en desuso, o que nadie se plantea porque se tiende a entender el trabajo como medio de poder, de medrar, de mejorar materialmente; y el poder es difícil de gestionar y de hacerlo compatible con esa dignidad de la que hablamos. «Sólo cuando uno sabe que es algo también para otros, descubre el sentido y la misión de su propia existencia», dijo Stefan Zweig.